QUE PARTICIPARON DEL ENCUENTRO NACIONAL DE MUJERES EN TUCUMAN.
El desafío de ver lo que hay más allá de la villa
Son parte de los sectores sociales más postergados y excluidos del país. Viven en uno de los asentamientos más antiguos de Rosario desde hace años y todas tuvieron experiencias duras como el abandono y el trabajo infantil. Pero María, Santa, Miriam y Catalina hoy trabajan en un grupo para enfrentar las adversidades del barrio, estudiar y crecer.
Por Alicia Simeoni
Cuatro mujeres que viven hace muchos años en Villa Banana, el gran asentamiento de pobreza que se extiende a pocos metros de la sede del Distrito Oeste, en avenida Presidente Perón y Felipe Moré; fueron protagonistas del XXIV Encuentro Nacional de Mujeres realizado dos semanas atrás en San Miguel, Tucumán. Entre las miles y miles de mujeres que participaron, la asistencia de María, Santa, Miriam y Catalina tiene una significación especial: Se trata de quienes hacen esfuerzos por pararse de una manera distinta en la vida que hasta ahora transcurrieron. Las cuatro son parte de los sectores más excluidos y castigados de la población argentina. Ellas han pasado por las experiencias más dolorosas, el abandono, el trabajo infantil, todas las carencias económicas, educativas y de salud. Sobre esa base cada una vivió múltiples formas de violencia, violaciones y abusos. Sin embargo hoy se integran y trabajan con el grupo El Hormiguero (ver aparte) intentando aprender a leer y escribir y, al mismo tiempo, buscar salidas para los problemas más fuertes que tienen en el lugar donde viven. Desde esa experiencia recibieron la propuesta de viajar a Tucumán y después de tantos reveses de la vida dijeron a sus parejas, u otros familiares, que se iban por 3 días. Fueron capaces de salir del único y difícil ámbito en que se mueven, el familiar, en la villa, y se dedicaron a sí mismas y al trabajo que vienen realizando grupalmente. Una experiencia con un toque de aventura y alegría, la posibilidad de reconocerse en la problemática de tantísimas otras mujeres, de escuchar y ser escuchadas. También en aquellos temas que como sector social las tiene como principales víctimas, el de los abortos practicados en las peores condiciones y que es causa de tantas muertes, aunque ellas sostengan el discurso único que pudieron escuchar en sus vidas y que niega a las mujeres la posibilidad de decidir, enteramente, sobre su propio cuerpo.
María Sosa (83), Santa Mora (46), Miriam Velásquez (40) y Catalina Sotelo (49) son las cuatro mujeres que habitan en Villa Banana desde hace muchos años. Las historias que desgranan con Rosario/12 al regreso del XXIV Encuentro Nacional de Mujeres que se hizo en Tucumán, arrancan con el trabajo desde niñas, con el correlato casi obligado de convertirse en víctimas de la violencia de sus parejas, alguna de violación a edad muy temprana y el transcurrir por una vida con carencias totales, afectivas, económicas, educativas, de atención de la salud. Casi podría decirse que tuvieron ecuación cero para todo lo que tuviera que ver con la promoción de sus personalidades.
Cuando Santa comienza a hablar lo hace con todo la fuerza de una líder. Ella es desenvuelta, solidaria y reconocida por sus vecinos del barrio. De hecho crió a sus propios hijos y también a otros que le fueron derivados, bien por alguna situación familiar de disgregación o porque desde la institución escolar se medió para que ella se ocupara de otros hijos, según cuenta. Cuando avanza en el relato y toma momentos de su vida, Santa afloja la coraza hasta llegar a una situación de mucha angustia, así ocurre con sus compañeras cuando recuerdan, nada más ni nada menos, situaciones vividas por cada una en relación con esta oportunidad que significó el viaje a Tucumán. La oportunidad de la que se habla no es sólo la de haber salido de los límites de la villa, algo que nunca habían hecho, sino que para hacer el viaje cada una de ellas debió procurarse el espacio, plantarse ante sus parejas para decirles que ellos, los hombres, debían hacerse cargo de los niños o bien de estar atentos al hogar porque ellas viajaban al Encuentro. Todavía no aparece tan claro, el significado de haber podido elegir, el esfuerzo de dejar 'por un rato' el agobio y la desesperanza del ámbito estrictamente privado, para llegar a un lugar de encuentro público, de formación, intercambio de ideas, reclamos y esperanzas. Allí pudieron escuchar y también ser escuchadas y reconocerse en problemas de género con tantas otras mujeres del país y del extranjero.
Junto a María, Santa, Miriam y Catalina están las chicas de El Hormiguero, Magalí Marega, Sofía Vitali, Florencia Orpinell y Paola Colombraro quienes, a partir de los talleres de alfabetización con los que vienen desde hace tiempo, les hicieron la propuesta de participar del Encuentro de Mujeres. Se resolvió hacer actividades para reunir algunos fondos venta de empanadas, tortas fritas , y luego canalizar la participación a través del espacio de Mujeres Encontradas que funciona en el marco de la seccional Rosario de la Asociación Trabajadores del Estado CTA que coordina Liliana Leyes. Justamente las chicas de El Hormiguero dicen que ahora son muchas más las que quieren participar el año próximo. Y las cuatro están contentas: "Mirá desfilo como la (Daniela) Cardone", dice Santa después que fueron fotografiadas y las otras le siguen la corriente como parte de un juego de autovaloración.
María tiene 83 años. Su historia, como la de sus compañeras es la de haber soportado siempre la pobreza y la exclusión que en algunas etapas de la vida fue más fuerte. Nació en el Chaco y se crió en el norte santafesino, en Las Toscas. Calcula que tenía alrededor de 8 años, o menos cuando trabajaba chalando caña y juntando algodón en una chacra. Después tuvo 14 hijos, 7 varones y 7 mujeres. "Uno de ellos murió quemado en una fábrica cuando se fue a trabajar a La Plata...Y yo trabajé mucho más en el campo para criarlos y después me vine a Rosario. Tenía mi ranchito, así de petisito dice mientras señala la altura de 1 metro 50 , con latas y tarrito. Me lo dieron, pero allí crié hijos y nietos y ahora lo estoy haciendo arreglar".
Junto a la gente de El Hormiguero, María y las otras mujeres están aprendiendo a leer. "Reconozco las letras pero todavía no puedo formar palabras. Mi abuela que me crió vivía en Goya donde había escuela pero después nos mudamos, así que fui muy poquito", cuenta esta mujer de tez tostada y ojos profundamente celestes. Mientras Santa agrega que sus encuentros también tienen que ver con todos los problemas que hay en el barrio, agua, luz, trabajo. Allí falta de todo y no hace tanto tiempo murió una niña de 7 años en una casilla incendiada a raíz de las precarísimas condiciones en las que se proveen de electricidad.
Santa vive del cirujeo, tiene 7 hijos y cría otros 2 que no son suyos. Se queja porque hace tiempo atrás "me sacaron el caballo...así que me quitaron la mano derecha", dice. Ella es de Goya y vino a Rosario hace 23 años "por falta de comida y de trabajo"
"Fue bueno ir al encuentro -comenta , yo nunca conocí nada, sólo el Paraguay cuando me llevó una patrona y Reconquista porque iba con mi papá y mi abuelo a la cosecha de algodón. En Corrientes plantábamos mandioca, zapallo, ordeñábamos vacas".
¿Y qué piensan de los derechos que corresponden a las mujeres?
Que deberían cumplirse, nosotras somos el puntal de la familia, tenemos los hijos, los criamos, trabajamos y estamos en todo. La mujer nunca está 'al pedo' en la casa. (En términos similares lo dicen Santa, Miriam, María)
Santa Mora es la primera que señala que su atención fue atrapada en Tucumán por todo el paquete temático sobre la violencia de género. "Me desespera cuando no se puede hacer algo con el tema de la violencia porque yo pasé por eso, mi marido me golpeaba, rompía cosas y cuando iba a Tribunales me decían que tuviera paciencia, que él tenía derechos porque es el padre de mis hijos y que tenía que darle otra oportunidad. Vivía siempre con algún ojo o el cuerpo morado y escuchar a otras mujeres me duele".
La historia de Santa, niña, mujer, es la de todo lo que no debiera suceder. Desde muy pequeña fue criada por sus abuelos, conoció a su madre a los 15 años y sus abuelos la 'jugaban', dice, una expresión que incluía el hacerla trabajar en el campo, maltratarla de maneras diversas y entregarla a los 13 años al 'servicio' de algún hombre. Así y a esa edad tuvo un hijo al que perdió a los 11 meses cuando firmó un papel porque le prometieron vivienda o trabajo, pero que hablaba de la venta del niño que hoy tiene 33 años y al que sigue buscando con mucha angustia. "No sabía leer ni escribir, me mintieron", dice sin consuelo.
Esta mujer a la que le cuesta un rato reponerse del relato también pudo aportar lo suyo en Tucumán y hablar en el taller en el que se abordó el rol de las madres sustitutas. Así contó su experiencia respecto de los dos chicos que desde el mismo Estado, a través de la escuela, explica, tiene en su casa para seguir criando. 'La mujer, sostén de familia' y 'La mujer en la organización barrial' fueron los dos espacios en los que estas mujeres de Villa Banana contaron sus experiencias y brindaron sus miradas.
Miriam Velásquez tiene 40 años. Es delgada, menuda, parece de menor edad. Ella estuvo durante un año, así lo relata, en el refugio Alicia Moreau de Justo que la Municipalidad de Rosario tiene en la ciudad con algunos de sus hijos. Después la ayudaron para que se construyese una 'piecita' en Alvear, cerca de donde vive su madre, pero la convivencia no funcionó y un día, después que dos de sus hijos volvieron con su padre, ella regresó con el más chico "que quería que vivamos todos juntos", explica. Miriam está casada con uno de los hijos de María quien también fue víctima de la violencia y con un toque de humor dice que "yo lo saqué a escobazos a mi marido". La referencia a sus hijas, nietas de María, trae a colación otra historia de abuso sexual y una jornada donde parte de la villa quiso ajusticiar al abusador, un vecino del lugar.
"Yo daba vueltas, no sabía si ir, por mis chicos, por mi mamá, por los animales, pero Lila otra vecina que está en la reunión y participa del grupo , me convenció. Se lo dije a mi marido y me fui. La pasé tan bien que me olvidé de todo. Es ver en otras muchas mujeres lo que a cada una de nosotras nos pasó y nos pasa y pensar en cómo salir de esas situaciones", sigue Santa Mora.
"El taller de 'Mujeres sostén de familia' me resultó muy especial, muy interesante, hablaban de los hijos y yo tengo uno que dicen que se droga y quisiera que me ayuden antes de que me lo traigan en un cajón", comenta Velásquez. Su testimonio da lugar a un intercambio de palabras entre ellas: "Yo no creo en esas personas que dicen que no se puede dominar a los hijos, yo crié a mis hijos, ninguno se droga, sólo el mayor me da algunos dolores de cabeza", afirma Santa con un discurso duro y por momentos estigmatizante o por lo menos no comprensivo de los recursos que cada una de las mujeres allí presentes pudo desarrollar.
En cuanto a Catalina eligió no hablar. Ese día su voz no fue escuchada en el grupo. Nadie le insistió y respetaron su silencio.
- De labor tan tenaz como silenciosa
Por Alicia Simeoni