Argentina: Dar testimonio
Mujeres que fueron torturadas y violadas durante su cautiverio en la dictadura prestan declaración en el juicio a seis represores en Santa Fe. Sus voces, a más de 30 años del horror, recuperan el sentido de la palabra dignidad, desenmascaran metodologías de una violencia a la que se le sumó la violencia de género y despabilan la memoria.
Sonia Tessa
Son mujeres y estuvieron durante meses secuestradas por la patota que ejercía el terrorismo de Estado en la ciudad de Santa Fe y todas, cuando se sientan para brindar testimonio frente el Tribunal Oral que juzga a seis represores, cuentan lo mismo: fueron torturadas y violadas. Que la violencia sexual formó parte de las estrategias de aniquilamiento queda más claro que nunca en este proceso, que tiene otras particularidades: una de las acusadas es María Eva Aebi, carcelera del GIR, del que las detenidas-desaparecidas tienen el peor de los recuerdos. La otra es que el principal acusado, Víctor Hermes Brusa, es el primer integrante del aparato judicial que es juzgado por participar en el engranaje del terror. Son seis los acusados en esta causa y uno de ellos, Eduardo Curro Ramos, superó todos los límites al declarar que Stella Vallejos, una de las querellantes, tenía “fantasías sexuales” con él. “No pude superar el asco cuando escuché la declaración, estuve varios días con sensación de asco”, relata Vallejos, quien pide encarecidamente que la nota rescate el valor que los sobrevivientes le dan a este juicio, en el que ella brindará testimonio el próximo lunes 19.
Cuando cayó, el 24 de marzo de 1977, Stella tenía 23 años. Estuvo unos días en un centro clandestino de detención y luego pasó a GIR (Grupo de Infantería Reforzada), a cargo de Juan Perizotti, un lugar en el que recibían visitas de sus familiares, pero la patota tenía acceso libre, porque iban a buscar detenidas para torturarlas. Sobre la violencia sexual, Vallejos asegura que las chicas –como se autodenominan– no se pusieron de acuerdo para denunciarla frente al Tribunal. Sí que fue sistemática, pero no cree que haya sido privativa de la represión ilegal en Santa Fe. “Acá se está contando”, afirma, antes de asegurar que “es muy difícil hablarlo, incluso con compañeras y compañeros con los que pasamos las mismas situaciones. Se te hace un nudo en la garganta y no podés seguir”, dice. La tuvieron un año en el GIR, en una de las tres salas donde alojaban detenidas-desaparecidas políticas. Allí había un lugar al que llamaban el colectivo, porque tenía un espacio amplio en el medio y las cuchetas, como un ómnibus. En el medio había otra sala, donde había varias mujeres, y la tercera sala estaba ocupada por niñas de entre 14 y 18 años.
Silvia Suppo era una de las que estaba en la última sala. Tenía 18 años el 24 de mayo de 1977, cuando fue secuestrada en su ciudad, la conservadora Rafaela, en el oeste de la provincia. Apenas levanta el teléfono, Suppo se manifiesta satisfecha. Declaró el lunes pasado. “Estoy contenta por la tarea cumplida. Yo estaba nerviosa. Para mí significaba muchísimo. Y también para mi esposo, que murió hace tres meses, y fue detenido durante la dictadura durante cinco años, en la cárcel de Coronda”, dice una vez que el momento pasó.
Silvia estuvo desaparecida un mes y medio en el centro clandestino de detención de la seccional 4ª, donde fue torturada y violada. Con tan mala suerte que quedó embarazada, pero la falta menstrual la advirtió cuando ya estaba alojada en el GIR. Cuando lo comunicó, el jefe del centro clandestino, Perizotti, le dijo que iban a subsanar el error. “Como si hubiera sido un error. Me quedé helada cuando me dijo eso. No fue ningún error, tres personas no te violan por error. El lo decía como si hubiera sido obra de algún estúpido, como si no lo hubieran utilizado como método”, relata Suppo, y rebrota la indignación. El aborto se hizo en una clínica privada, adonde fue acompañada por Aebi. Luego la llevaron a otro centro clandestino, llamado La Casita, para que se repusiera, y desde allí volvió a GIR. Silvia no se imagina qué hubiera pasado si no hubiera habido aborto. “Cada vez que escucho en otros casos de violación la atrocidad de dejar avanzar un embarazo, yo pienso que no hubiera podido”, dice ahora la mujer, que vive en Rafaela. Durante años le costó hablar de lo vivido. “Eran muchas cosas que debía elaborar. Fue terrible, estar presa, con mi hermano en el exilio, todos los compañeros de Rafaela presos, porque éramos pocos, pero aquí también hubo gente comprometida”, dice Silvia.
La democracia le deparó a Stella una desagradable sorpresa: vivió al lado de Eduardo Ramos, uno de los represores hoy enjuiciados, al que identificó una de las compañeras que había estado detenida con ellas. “No podía saber quién me había violado o torturado, porque estuve siempre encapuchada, pero Anatilde Bugna había hecho la escuela primaria con Ramos y cuando fueron a buscarla a la casa alcanzó a gritarles a los padres quién era uno de los secuestradores”, relató.
Durante los años de democracia, las ex detenidas hicieron de todo para pedir justicia. También relatar públicamente lo ocurrido para que hubiera memoria. Sin embargo, Silvia decidió esperar a que sus hijos fueran grandes para difundir esa parte de su historia. Es que la violencia sexual fue, según Stella, otra forma de sometimiento y humillación. “Era para hacernos pelota”, considera ahora. Eran sistemáticas porque la mayoría de las mujeres que estuvieron allí refieren haber sido violadas. ¿Significa que las mujeres eran más víctimas? No, pero sí implica una especificidad de género. Además de doblegarlas ideológicamente, de picanearlas para que hablaran, los represores las humillaban sexualmente para disciplinarlas.
Cuando escuchó que el represor había dicho que ella tenía “fantasías sexuales” con él, Stella estuvo días sin poder controlar su asco. Para pensar en lo ocurrido, recurrió a una periodista de la ciudad de Santa Fe, Ana Fiol, feminista y pionera en difundir el circuito del terrorismo de Estado en aquella ciudad. Ella le contestó por mail: “A mí también me sobresaltó cuando lo escuché. Yo creo que el torturador Ramos encarna la violencia patriarcal hacia las mujeres que siempre se expresa como dominio y humillación sexual. ¿Qué puede haber más humillante para una mujer militante que acusarla de hembra insaciable?”, razona la periodista. Fiol se refiere también a un síntoma que tuvo Stella durante su detención. “He leído en tu declaración que manifestaste lo que los médicos llaman ‘amenorrea de guerra’. Tu inconsciente le dio a tu cuerpo la orden de dejar de menstruar, justamente para evitar las consecuencias de la violación como estrategia y recurso del terrorismo de Estado. Las palabras de Ramos se inscriben en la misma estrategia de dominación y humillación sexual, tanto de la joven militante que estuvo en su poder, como de la valiente y completa mujer madura que hoy lo acusa en un tribunal”.
Fuente: Página 12
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