Pan, galletitas y trabajo
Los testimonios de estas cuatro mujeres que protagonizaron los reclamos, las dudosas condiciones de trabajo y los despidos en la empresa Kraft Foods (ex Terrabusi) constituyen una crónica sobre la dignidad perdida y sobre la lógica perversa que se vive en “la fábrica” a comienzos del siglo XXI. La mayoría de los trabajadores de esta empresa son mujeres, muchas de ellas, el único sostén de sus familias.
Por Elisabet Contrera
GISELA: “No cobro el sueldo desde el 18 de julio”
Gisela luce la chomba blanca con el logo azul de Kraff Foods. “Usamos la ropa del laburo para cerrarles la boca a los que dicen que acá no hay trabajadores”, aclara contundente. Es una de las empleadas despedidas por la empresa y una de las que pone el cuerpo en las manifestaciones en la puerta y alrededores de la planta, ubicada en General Pacheco. También es una de las 160 personas que recibió un telegrama de despedido, tras una manifestación masiva en reclamo de asueto para evitar el contagio de la gripe A, en julio pasado. No quiere una indemnización, quiere reincorporarse a su puesto. Por eso, quince días atrás se escudó tras una cámara de televisión para escapar a la paliza policial. Por la misma razón seguirá plantada en la entrada de la planta, tristemente decorada con alambres de púa en sus portones, hasta que el último trabajador recupere su fuente de trabajo.
Gisela tenía 20 años cuando ingresó en la empresa por medio de una agencia de colocación de personal. “Durante el primer año de contrato laburé por dos. Como era nueva y no conocía el sistema me la aguanté. Hasta que un día me cansé, reclamé y con el apoyo de los delegados me efectivizaron a mí y a muchos compañeros”, remarca. Poco antes de que la echaran había cumplido tres años envasando alfajores día a día en el sector de chocolates.
Hoy no sólo se encuentra desocupada, sino que sufre las secuelas del trabajo. “Tengo tendinitis en los dos brazos, es un dolor insoportable, lo padezco más los días de humedad”, relata. “Llega un momento en el que el cuerpo se cansa de estar trabajando ocho horas y tratando de seguir el ritmo de las máquinas”, explica.
¿No te podían dar tareas pasivas o cambiarte de sección?
–Sí, me dieron un par de veces tareas livianas por dos o tres meses, pero después te terminan mandando a tus funciones normales. La última vez el médico de la empresa me dijo que era muy joven y que podía seguir en el puesto.
La joven es el único sostén de su familia, integrada por madre, padre y tres hermanas más pequeñas. “No cobro el sueldo desde el 18 de julio, pese a estar amparada por la conciliación obligatoria que obliga a la empresa a pagar los salarios.” Gisela fue a la marcha del viernes pasado escoltada por dos de sus hermanas. Un día antes del encuentro con Las/12, en medio de las negociaciones entre las partes y el Ministerio de Trabajo de la Nación, Kraff anunció la reincorporación de sólo 30 de los 86 despedidos. En repudio, los trabajadores intentaron realizar un nuevo corte de ruta. Las/12 pudo presenciar cómo se los impedía un triple cerco policial: 300 uniformados con camiones celulares para 100 obreros.
Gisela quiere recuperar su puesto de trabajo. No quiere indemnización ni negociar con la gerencia. “Esta empresa siempre hizo lo mismo. En temporada –de febrero a agosto– toma 100 empleados y cuando termina despide a otros 100”, acusa. “En esta última ola de despidos aprovechó para echar a varias trabajadoras con muchos años de antigüedad que tenían tendinitis, várices, hernia de disco, diferentes problemas de salud producto del nivel de trabajo”, asegura.
MARIA TERESA: “Estuvimos 42 días dentro de la fábrica. Veíamos a la familia desde el portón”
María Teresa Rosario es otra de las despedidas. Este año había cumplido 18 años en la empresa y 14 como delegada. Bajo la sombra de la arboleda que decora las veredas de la fábrica, María expresa su “impotencia y dolor” por los trabajadores despedidos que sobreviven de la solidaridad de sus compañeros y de los que se presentan diariamente a sus puestos.
“Adentro están muy angustiados. Ya hubo incidentes con los policías apostados dentro de la fábrica. Un grupo de trabajadores repudió a un policía que estaba almorzando en el comedor. El había reprimido a muchos de los trabajadores el sábado a la madrugada”. Ella, como Gisela, lleva puesta la campera azul con la firma de Kraff.
–¿Cómo se inició el conflicto? ¿Qué fue lo que desembocó en la madrugada de la represión?
MTR: –Todavía no entendemos qué fue lo que pasó, cómo terminamos entre balas de goma, golpes y corridas. Fue horrible. Todo empezó con un reclamo para que la empresa tome medidas de higiene para evitar el contagio de gripe A. Se había declarado la emergencia sanitaria, en la provincia habían adelantado las vacaciones de invierno para los chicos, el Gobierno había dictado asueto en la administración pública y acá no se hacía nada. Había algunos trabajadores infectados y los médicos de la empresa nos pedían que no nos alarmáramos. No había alcohol en gel ni jabón. Nada.
Los trabajadores solicitaron a la empresa una semana de asueto. La empresa se negó y los empleados en asamblea decidieron llamar a un paro y movilización en defensa de esa demanda. “También habíamos pedido que cerraran el jardín maternal –donde acuden 200 niños y niñas de padres efectivizados que trabajen en el turno de mañana o tarde–. La empresa aceptó cerrar el jardín y les avisó a las madres que se podían quedar con sus hijos en las casas, pero advirtiéndoles que no les pagarían los salarios”, relata.
Tras el paro, la empresa cedió y otorgó los días de asueto. La sorpresa fue al regresar al trabajo: se encontraron con 160 telegramas de despedido. De ese total, 74 acordaron retiro por indemnizaciones. “En ese momento, los compañeros me llamaban para preguntarme qué hacíamos. Nos reunimos en asamblea y decidimos entrar a la fábrica. Estuvimos 42 días dentro de la fábrica, no nos movimos, veíamos a nuestras familias por los portones”, narra dramáticamente.
Tras la represión del 25 de septiembre pasado, la policía los expulsó de la planta. Tenían una orden de desalojo. “Mientras me pegaba, un policía me gritaba ahora hablá hija de puta, a ver si podés hablar sin el megáfono, y nos gritaban obreras como si fuera un insulto. Después nos encerraron en un patrullero por tres horas y nos tomaron declaración en la misma fábrica, que se había convertido en una comisaría.”
Mientras los trabajadores que estaban dentro de la empresa eran golpeados y baleados por la policía, afuera otro grupo de manifestantes corría de las agresiones policiales.
YAMILA: ¿Por qué en gastar dinero en el operativo policial no pagan los sueldos adeudados?
Yamila estuvo allí. “Me dispararon con balas de goma, me lastimaron una pierna, casi no puedo caminar”, señala su pierna. Tampoco puede creer lo que ocurrió esa madrugada. “Nunca me imaginé que la empresa haría una cosa así”, dice tomándose la cabeza. Ella no estaba despedida, sólo sintió que debía estar allí, acompañando a los trabajadores “injustamente” despedidos. Su osadía fue premiada al otro día de los incidentes por Kraff Foods: fue suspendida, como otros 35 compañeros, por 15 días. “La empresa dice que somos peligrosos para los bienes y los empleados”, cita el comunicado.
Yamila tiene 22 años y hace tres que envasa galletitas Variedad. “No es sencillo, la velocidad de la máquina es muy rápida, es lo que se llama golpe de línea. A la larga o a la corta terminás con problemas de salud porque estás parada todo el turno y tratando de seguirle el ritmo a la máquina”, explica. Uno de los reclamos en carpeta de las delegadas suspendidas era pedir sillas para las empleadas y más descanso.
La joven también está preocupada por lo que pasa tras la puerta de acceso a la firma. “Adentro hay mucha tensión, los compañeros dicen que el golpe de línea va cada vez más rápido y que los líderes les dicen que trabajen, que no se quejen, que ya no tienen ni a la comisión interna ni a los delegados para que los defiendan”, relata.
El reloj marca las 14 y un cambio de turnos cruza por unos minutos a trabajadores despedidos y en actividad. Los saludos y abrazos se mezclan entre los que salen y los que quieren volver a entrar, pero se los impide el cerco de policías a caballo. La marcha comienza poco después y terminará pronto: lo impide un vallado policial apoyado por gendarmería e infantería. En total, 300 uniformados pertrechados hasta las orejas para unos 100 manifestantes.
En la primera fila de la marcha se mezclan trabajadores, familiares, estudiantes y mujeres de organizaciones feministas. La pregunta se repetía en varias bocas consultadas por este suplemento: ¿por qué en vez de gastar dinero en el operativo policial no pagaban los sueldos adeudados desde julio?
SILVIA: “Las mujeres llevan en el cuerpo las secuelas de un trabajo insalubre”
En ese grupo está Silvia Pesce, militante de la agrupación feminista Pan y Rosas. “Son las mujeres las que están pagando las consecuencias de la crisis económicas, son ellas las que llevan en su cuerpo las secuelas de un trabajo insalubre, las que ganan menos que los hombres”, sostiene.
Según datos recopilados entre empleadas y delegadas, la empresa cuenta con 2700 empleados. Del total, 65 por ciento son mujeres. De los 160 empleados despedidos, entre el 30 y 40 por ciento fueron mujeres. “La empresa fue despidiendo progresivamente a muchas personas contratadas. Esto perjudicó a muchas trabajadoras que ahora tienen que hacer el laburo de dos o tres”, denuncia.
Silvina es asistente social. Vive a quince cuadras de la fábrica. Desde julio pasado su vida se trasladó a la entrada de la planta. Cuando todavía el conflicto no había llegado a las tapas de los diarios, ella y su agrupación buscaron apoyo para los trabajadores. Tocaron muchas puertas buscando quién los escuchara.
También estuvo la madrugada de la represión con quince mujeres desesperadas porque las perseguía la policía montada. “Toda la planta estaba llena de policías, había diez colectivos de infantería, y muchos más de gendarmería, nos tiraron con balas de goma, no sabíamos qué estaba pasando adentro. Fue realmente desesperante”, recuerda.
Gisela no tiene trabajo. Ella y su familia sobreviven con el fondo de huelga. Era el único sostén económico de su hogar. Por sus seres queridos no puede bajar los brazos. Yamila está suspendida. Espera que cuando se cumpla el plazo de suspensión pueda reingresar a su trabajo. Mientras, seguirá afuera de la fábrica reclamando. María fue despedida. Quiere volver a entrar a la empresa. No sólo por sí misma, sino por las cientos de mujeres que confiaron en ella por 14 años para que las representara como delegada.
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