Detrás de los rostros zapatistas cubiertos con pasamontañas que en el primer minuto de enero de 1994 le declararon la guerra al gobierno mexicano, no sólo había semblantes masculinos.
Mónica Pérez CIMAC/ Insurrectasypunto | Para Kaos en la Red | 20-11-2008
Detrás de los rostros zapatistas cubiertos con pasamontañas que en el primer minuto de enero de 1994 le declararon la guerra al gobierno mexicano, no sólo había semblantes masculinos. Para sorpresa de muchos, ahí estaban las mujeres indígenas que, además de la lucha armada, librarían otra por el reconocimiento de sus derechos.
Poco después de la declaración de guerra del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), la información sobre el levantamiento indígena confirmó el gran número de mujeres que militaban y participaban en el movimiento.
Y es que ellas tenían motivos propios para tomar las armas de la guerra, pero también las armas de la palabra. Buscaban una forma de combatir las diversas expresiones de violencia que se ejerce contra las mujeres y que se agudiza cuando se habla de mujeres indígenas.
Pero el reto no era fácil y las zapatistas empezaron a deliberar la forma y el fondo de un documento que reflejara sus demandas y necesidades.
Fue una mujer indígena tzotzil, Susana, la encargada de recorrer las comunidades y hablar con las mujeres. Después de casi un año de discusiones y consensos, en marzo de 1993, el Comité Clandestino Revolucionario Indígena (CCRI) aprobó la Ley Revolucionaria de Mujeres.
En una carta dirigida al periodista Alvaro Cepeda Neri, del periódico La Jornada, el 26 de enero de 1994 el subcomandante Marcos relata que entonces el CCRI discutía las Leyes Revolucionarias, entre las que se encontraba la ley de mujeres: “A Susana le tocó leer las propuestas que había juntado del pensamiento de miles de mujeres indígenas. Empezó a leer y, conforme avanzaba en la lectura, la asamblea del CCRI se notaba más inquieta”.
Agrega que “Susana no se arredró y siguió embistiendo contra todo y contra todos: No queremos que nos obliguen a casarnos con el que no queremos. Queremos tener los hijos que nosotras queramos y podamos cuidar (...) Las leyes de mujeres que acababa de leer Susana significaban, para las comunidades indígenas, una verdadera revolución”.
Cabe señalar que las leyes revolucionarias son las normas que rigen la vida de los zapatistas en las comunidades liberadas.
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